miércoles, mayo 25, 2005


Hasta nuevo aviso...
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HUELGA LEGAL

Ante los acontecimientos... ¡ME DECLARO EN HUELGA!
(Por unos dias cerraré el boliche, gracias)

martes, mayo 17, 2005


Mi primo sopló la representación de su edad en el incendio de su torta, todos cantamos enfurecidos, todos chocamos los whiskeros por Samuel.
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50 años no es nada...

Hace un par de semanas me impresionaba cumplir 30 años, sin embargo este sábado, caché que cumplir 50 años es, literalmente, ultramegamemorable. Medio siglo de carrete, medio siglo acaparando historias que contar. ¡Uf!

Estaba super helado, en realidad era una noche de mierda en pleno Chillán viejo. Quizás por eso lo primero que hice al llegar fue acercarme a la chimenea y tomar un espumoso pisco sour que, gentilmente, me ofreció un garzón con cara de sepulturero. El lugar era bien acogedor, una onda medio rústica con materiales reciclados, digno espacio para el cumpleaños de mi primo Samuel.

Si de celebración se trata, puedo dar testimonio de que lo hizo con todo, si bien no tiró la casa por la ventana, es muy probable que haya lanzado un par de piezas acomodadas, con gente y todo, observando sonriente desde el baño.

Al costado, un amplio salón vestido de manteles ocre y vistosas copas de cristal. Las tías añejas de siempre con ese semblante de superación, mirando de reojo, como tratando de identificar a los desconocidos tras esa película añeja que se monta en las caras con el paso del tiempo, buscando rasgos que transformaran al personaje que llegaba en un conocido de años, para luego comentar a un costado sobre su cabellera, por si faltaba o por si había cambiado de color.

Había una excitante mezcla de aromas a carne a la parrilla, perfumes caros y adultos debidamente bañados y engominados, incluso, diría, se reconocía un distinguido olor a novedad que vendría siendo ropa nueva y prendas que vuelven a utilizarse después de varias temporadas en el ropero.

De todas formas, y como en todos lados, había imágenes discordantes. Por ejemplo, no sé si era la placa dental gastada o el abrigo de piel ralo el que le daba un aire funesto a la tercera esposa del Tío René, que -por lo demás- no olía precisamente a novedad sino a una amalgama de naftalina, laca y talco. Le causó gracia a más de un pariente por ahí ese pulular errante tras la compañía esquiva de su marido, ese andar torpe y desgarbado que hacía un juego perfecto con su escarmenado y sus arrugadas pantymedias de seda, que iban –poco a poco- tomando posesión de sus várices y articulaciones.

Estaba en eso, bebiendo mi segundo pisco sour y degustando un apetitoso carpacho de carne, cuando me detuve a observar a un montón de señoras desconocidas que, a pesar de las zanjas en la comisura de sus ojos, tenían cuerpos esculturales, dignos de una calcetinera, como dirían los cultores de la revista Ritmo. Era loco. Me había percatado de ese detalle, sin embargo no entendía el porqué hasta que Mona me sopló que casi ninguna de ellas trabajaba y que se la pasaban el gimnasio (léase en tono bajo y con mirada cómplice).

A esa altura yo era una tía más y me sumaba al comentario insidioso y subrepticio, pero con la entretenida salvedad que me daba atormentar al garzón pidiéndole más de ese exquisito licor que me estaba prendiendo el alma. Lo notaba por el semblante, la sonrisa espontánea, el brillar de mis ojos y, finalmente, por el movimiento de mi pié izquierdo, que incondicional e inconscientemente se mueve ante cualquier ritmo que suena en ese estado.

Hablé con muchos personajes, conocidos y desconocidos, parientes enemigos y parientes amigos. Hablé de muchos recuerdos, de mi actual situación procesal matrimonial. Pregunté por esa parentela que no me interesaba y por las amistades que parecen familiares. Siempre con cara de interés y esperando la señal para pasar a la mesa.

Una vez sentado y habiendo esquivado toda la noche a la esposa de mi tío René, esperé tranquilo que escanciaran vino tinto en la virginidad de mi copa. Ya a esa altura, sabía que se venía el candombe y que la muchachita con la peineta y el galeón español estaban esperando a la vuelta de la esquina. Juro que sentía los cañonazos en medio de una misa de día domingo.

La comida fue un trámite, para –de una vez- entrar en el dionisiaco mundo de la embriaguez, lugar donde somos todos iguales, y los prejuicios y pelambres se esfuman en medio de la humareda del cigarro ansioso. Es más, hasta la esposa de mi tío René se transformó de un desagradable personaje en la mejor bailarina de Twist y en la risotada más penetrante de las múltiples explosiones hilarantes.

Ya daba lo mismo, estaba moviendo el esqueleto con mi nueva esposa, nadando entre la multitud en medio de un trencito abrazado de serpentinas y luces de colores. Cumbia, Salsa, Merengue y Rock And Roll. Ya no había más frío, estaba en la pista con la mayoría de edad siendo uno más, despercudiendo las coyunturas, moviendo brazos y piernas.

De lo que recuerdo, antes de perder la conciencia sobre la cama del hotel, mi primo sopló la representación de su edad en el incendio de su torta, todos cantamos enfurecidos, todos chocamos los whiskeros por Samuel, todos hicimos gala de nuestros mejores recuerdos con él, atrás se escuchaba Tommy Rey: "no importa los años que tienes, es el tiempo el que no se detiene...".

miércoles, mayo 11, 2005


El celular. El teléfono celeular. ¡Otra vez el teléfono celular!
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El celular, again!

Sonó el despertador como a las 06:30 de la mañana pero esta vez no pude apagarlo. Me encontraba durmiendo sólo en el sillón, con corbata, camisa y colleras. Cagado de frío, la boca reseca y sin poder abrir un párpado. Otra vez con caña, pensaba, otra vez con nauseas antes de la primera meada del día.

Tomé una de las más importantes decisiones de mi vida, levantarme en esas condiciones para ir a trabajar. A tientas logré encender el califont, poner la tetera y ubicar una toalla para despabilar al cuerpo y engañar a ese fastidioso dolor de cabeza que, a esa hora, me estaba matando. Entredormido, me di un buen baño para luego vestirme como la gente y encubrir con el mejor traje ese estropajo que se veía en el espejo.

Como de costumbre, me tomé un gran tazón de té, acompañado de un par de aspirinas y me alisté para salir. Las llaves, el maletín, mi billetera, plata, las llaves de la Colomba y el teléfono celular de la municipalidad. El celular. El teléfono celular. ¡Otra vez el teléfono celular! Gritaba, mientras -rápida e inconscientemente- abría los ojos y llevaba mis manos a la cabeza. Para mi desgracia el maldito teléfono no estaba.

Recorrí todos y cada uno de los rincones de la casa. Bajé las escaleras, las subí, di vuelta el maletín, revisé los bolsillos de mi chaqueta, tanteé bajo el sillón, la cama, el baño y nada. El celular no estaba. Ya a esa altura eran como las 10:00 de la mañana, y –como es habitual- había comenzado a rodar la película de la noche anterior en mi mente, tratando de encontrar la imagen precisa que me señalara donde había dejado la gueá.

La última vez que vi el teléfono eran como las 3 de mañana. No, miento. Fue como a las 4. Yo venía medio ebrio y tenía una tarea sencilla, debía caminar derechito a casa, considerando que el carrete anterior había concluido con la locura suficiente como para contarle a mis nietos. Pero no, tenía que aceptar el desafío de macho, gracias a esa dulce valentía que otorga el alcohol a nosotros los cobardes reprimidos.

Yo no tomo pisco desde hace bastantes años, pero ese día me sentí lo suficientemente curioso como para compartir con los malos del barrio y un tanto guerrero como para aceptar una insólita invitación. Sinceramente lo pasé pésimo. Los tipos eran, unos delincuentes arrogantes y yo estaba a la defensiva, fingiendo amistad y extrañándome de tanta generosidad. Hice lo que pude, estaba en las fauces del lobo con los sentidos reducidos al mínimo y mi teléfono encima de la mesa, como invitando a los niños a jugar con él.

Estaba claro. Me lo chorearon. Con la cabeza caliente, y sin mediar razón alguna, llamé a mi número. 09.325.14.23. Buzón de voz, dejé un elocuente mensaje, relativo al robo del que fui víctima, algo poco decoroso, pero que me provocó una gran descarga de mala onda que tenía en medio de esa fastidiosa resaca.

¡Mira conchetumadre, me cagaste. Si no te meto preso, te mato!. Dije, sabiendo que si lo veía estaba claro que ni lo metería preso ni lo mataría. Finalmente asumí la pérdida, me subí a la camioneta y emprendí rumbo a la pega pensando en que debía comprarme un chicle, en la prueba del diplomado que tendría por la tarde y en el taladro de Carvallo que prometí devolverle y que –otra vez- había olvidado. Por lo menos –creo- hoy tengo una excusa...

martes, mayo 03, 2005


Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue una manifestación de las Juventudes Comunistas que irrumpieron en el aula para manifestar su descontento...
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Una Cuenta Pública más.

Contabilizaba tocándome los dedos uno a uno, como si –efectivamente- no supiera cuantas eran, intentando engañarme para sentir que aún tengo capacidad de asombro, a pesar de la cantidad de tiempo a disposición de la gestión municipal. Trataba de hacerme creer que no sabía, en una comparsa de autocinismo que me diera la oportunidad de hacer una mueca de sorpresa.

Conté 9 dedos, que son 9 cuentas. Inexorablemente 9 años. Estaba en eso. Haciendo un racconto casi publicitario de mi estadía en el Municipio de El Bosque, recordándome del desfile escolar que suspendí por lluvia en un pleno día de sol, de las parafernálicas relaciones con los medios de prensa, del famosísimo y recordado Persa Los Morros, que incluyó desnudos de la tercera edad, y de mi querido y respetable Omar Gárate que vociferaba cada día en su programa ¡Ese. Ese desubicado del Bosque. Ese tal Emilio!

Una vez más se trató del molde establecido, de hecho cada año digo que lo cambiaré, pero ya he comprobado, científicamente, que es imposible. Fue una reunión de 400 dirigentes de organizaciones sociales de las más diversas temáticas esperando que la "autoridad comunal" rindiera cuenta de su gestión del año recién pasado, para luego disfrutar de un número artístico y, finalmente, luchar por un pisco sour que se presenta esquivo entre la multitud reunida en torno al cotelé. El 21 de mayo del Gobierno local, pero con la performance del tira y afloja del canapé mismo, que -por lo general- termina en el suelo con lesionados, ambulancia y una garzona con el culo toqueteado hasta decir basta.

Es curioso que la búsqueda de sorpresa tenga más que ver con el terror que me da el comprobar tantos años en este medio sin darme cuenta que en la inmediatez de la ceremonia -quiéralo o no- suceden cosas extraordinarias que aliñan la estructura desde los primeros tiempos. Siempre. Cada vez que existe un evento –de cualquier índole- voy nutriendo un libro de anécdotas ceremoniales que se canaliza oralmente ante audiencias insospechadas.

Este año no fue la excepción y me tropecé con ebrios de toda índole. Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue una manifestación de las Juventudes Comunistas que irrumpieron en el aula para demostrar su descontento con la educación, enarbolando un discurso revolucionario, antisistémico y desde la ética del proletariado para finalmente terminar en la misma disputa por el canapé. Pintoresco, por decir lo menos.

Me fui con la misma sensación de siempre, esta vez escuchando a Kevin Johansen. Estuvo bien, pudo estar mejor...