lunes, septiembre 12, 2005

NUESTRO PROPIO COBAIN


Fue sino hasta la mañana de tu entierro que me hice tu amigo. Es extraño, pero siempre tuve la impresión que antes del disparo ya estabas amortajado, que las ásperas telas blancas fueron compradas en tu nacimiento. Me estremeció el desolado cortejo fúnebre y lloré al darme cuenta que hasta en tu sepelio estuviste sólo... siempre sólo.

Nos odiamos, sí, pero sabíamos que nuestros destinos debían toparse pese a nuestras insoportables presencias. Cada vez que quisimos intoxicarnos nos reuníamos en casa de Cristian: el mono en órbita. Fuimos jóvenes desorientadamente inocentes que se esmeraban en llegar al límite, en ponerse cuanta droga estaba al alcance de sus bolsillos.

Vivíamos el teatro de lo que nunca fuimos, buscando una onda que nos identificara. Recuerdo como vestíamos: camisas leñadoras, jeans debidamente rotos, toda una onda noventera, pelo largo y mucho, pero mucho, Grunge. Ya ni me acuerdo en cuanto hospital te acomodamos en la puerta, babeante, sin sentido, vomitando las más coloridas espumas sin ser epiléptico.

Aún tengo un trauma con el nauseabundo olor a mierda en el auto de Miguel, cuando tus ropas no pudieron contener tamaña cantidad de fecas. Ese día fuimos tu mamá, tu enfermero, médico y psiquiatra, nos transformamos en ambulancia, hospital y baño.

Siempre quisiste estar a un paso más del límite. Sin tener motivos aparentes, jugaste al mafioso y te pasaron la cuenta al primer amague de deslealtad, de suerte no te mataron ahí. Me parece que fueron alrededor de 4 costillas rotas, tec abierto y esa rodilla izquierda que más asemejaba la de un elefante estrangulado.

Como olvidar esos eróticos bailes en la cornisa del piso 15, escuchando Jeremy, la caja de vino en la mano y nosotros riendo a carcajadas tu hazaña en la confusión lisérgica de un nuevo año. Cuanta imbecilidad te hicimos hacer y cuanta imbecilidad nos ofreciste gratuitamente.

Entre parafernálicos sollozos, Josefa me contó que entrabas a estudiar teatro para impresionar a nosotros, los chicos del montón. Sinceramente no erraste la profesión, supongo que fue la única vez en que creía que estabas haciendo lo correcto, lo tuyo, lo que venias haciendo desde que nos frecuentábamos.

Nunca pude evitarlo, sin embargo, ese día no soportaste mi brutal mofa y como perros nos lanzamos a la disputa de una mujer ajena buscando el momento preciso para materializar nuestro odio. No recuerdo nada, estaba tan ebrio como tú, sólo veía tu cara desorbitada y sentía el goce de darte repetitivos golpes. Ese día los dos en silencio terminamos en la misma ambulancia, con el mismo conductor y en el hospital acostumbrado.

No hablamos por varios años hasta que, simplemente, sucedió. La música reventaba los tímpanos del sordomudo, y los vasos chocaban de cuando en cuando. Como de costumbre Cristian preparaba su guitarra eléctrica y Pedro instalaba los equipos para una nueva tocata que comenzaría a eso de las 01:30, con inigualables cover de Stone Temple Pilots y Soundgarden. Las primitas Schuster ya estaban debidamente acaloradas para todos los que desearan pasar una ardiente y grata noche de aventuras, enfermedades venéreas inclusive.

Rodrigo ya era todo un diller, ofertaba coca, pitos y cartones a un precio de “compadre”, nunca pudo hacer buenos negocios, no tenía alma de traficante, finalmente terminaba fiando a quien le pidiera para, posteriormente, olvidar caras y nombres. Reconozco que muchas veces aproveché la instancia y consumí toda una noche gracias a sus bondadosos y solidarios estados. Al día siguiente entrando en razón, Rodrigo cobraba a quien se le cruzara por enfrente, ofrecía las penas del infierno, golpes y torturas psicológicas, pero no aprendía. Cada encuentro terminaba en lo mismo y nadie reconocía la compraventa.

Debo sincerarme, me acerqué en medio de una nueva borrachera haciendo temblar a los presentes a sabiendas del ambiente que se creaba. Todos esperaban un nuevo round, pero esta vez fui a estrechar tu mano, a contarte que todo fue un grave error y que pese al odio que sentía, la vida nos seguiría reuniendo quisiéramos o no. Fuiste amable, ofreciste tu mejor licor y por vez primera pude percatarme de que hablé contigo desde la verdad, sin trampas, sin caretas, sin venderme tu nuevo personaje, sin entrar en cólera por tus actitudes. Nos declaramos nuestro odio como viejos amigos que éramos, escuchamos Nirvana y movimos la cabeza, destrozándonos la nuca.

El sol penetraba mis anteojos oscuros, y la brisa marina calaba huesos y mausoleos. No pretendía darle el pésame a nadie y me fui como un sospechoso observador a la siga del incómodo ritual fúnebre, iba fumando cigarrillo tras cigarrillo. Era una mañana que hablaba por si misma, se respiraba un penetrante aroma de flores marchitas, el mismo hedor de tu perfume de fin de semana. Ya no podía seguir siendo un chico rudo y al escuchar la despedida de tu abuela estallé en llanto, en llanto por tu muerte. Lloré como un niño extraviado, me veía dentro del cajón entrando en la sepultura arrepentido, pensando que podría haber sido otro inmundo día más. Es esta maldita bronca que me persigue. El maldito personaje que te controlaba día a día.

Me avisaron tarde, sin embargo logré tomar el primer autobús a la costa. El viaje se hizo interminable, desde el primer asiento iba contando las líneas del húmedo pavimento, iba imaginándote en la habitación de tu casa repleta de afiches de Alice in Chains, bebiendo tu último Whiskey a ruidosos sorbos como era tu mala costumbre. Te vi rezongando tu último rezo, escribiendo la última carta que no dejaste, lanzando el último pedo de tu vida.

Te vi con la mirada perdida, sentado sobre la ruidosa silla con ruedas parchadas, te vi tomando el revolver de tu padre, ese que primero pusiste sobre tu sien y boca. No se porqué decidiste dispararte al pecho, aunque si lo sé, la opereta debía tener un final diferente y alternativo, un final digno del teatro que vivías en la ingratitud de quienes decíamos ser tus iguales.

Fue sino hasta la mañana de tu entierro que me hice tu amigo, al ver que, odiándonos como lo hacíamos, fui el único que llegó a despedirte ese día junto a Josefa y lo que quedaba de tu abuela.

1 Comments:

At 4:16 p. m., Anonymous Anónimo said...

Que bien relatado, me gustó bastante la forma del relato y lo note bastante creíble, ahora si me dices que es en recuerdo de algún amigo que paso por ello wow!... es mucho más interesante todavía ^^

Zaidita.

P.d.: Llegué por juan carlitos aquí n_n

 

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