LA DANZA DE JULIO
Julio siempre esperaba el momento oportuno. Después de embadurnarse el axila con desodorante en barra, degustaba una copa de Chardonnay frío hasta que el silencio se transformaba en su cómplice, dándole una inconfundible señal para empezar el ritual de cada semana.
Primero la música, luz tenue y abrir las cortinas del departamento. Ubicar la pista 7 del disco grandes éxitos de Lenny Kravitz. Segundo, desabotonar la camisa y lanzar la corbata cerca de la cocina al ritmo de los primeros acordes de la guitarra eléctrica. Luego las palmas y un espasmódico movimiento pélvico. No sentía pudor alguno.
Ya era una costumbre. Al parecer los zapatos siempre fueron lo más dificultoso porque debía coordinar el desabroche con la rutina corporal. Para eso se había preparado como un estudioso que era. En su tiempo muerto en la oficina ingresaba a escondidas a los Chat eróticos para consultar cómo debía realizar esta maniobra teniendo durante los meses de exploración sólo una respuesta asertiva de una stripper que ahora se dedicaba al sexo virtual.
Todo debía funcionar a la perfección. Su coreografía era equilibrada, estudiada y se veía bien. Sólo le faltaba solucionar un problema que arrastraba de niño y que siempre fue motivo de vergüenza a la hora de llevar a la cama a la chica de sus sueños. Sucedía que Julio sufría de una profunda fetidez en su pie derecho producto de un rebelde hongo depositado entre la uña y la carne de su dedo gordo.
A pesar se este problema y de una exacerbada timidez, se las había arreglado para tener una que otra novia en períodos más o menos prolongados. La penúltima era Silvana que soportó su performance durante no despreciables 5 meses. En esa ocasión Julio comenzó con su contoneo erótico y un baile incipiente cercano a un repetitivo abrir y cerrar de piernas, burda imitación de Elvis Presley en el ocaso de su carrera.
Extrañamente la extensa duración de este romance fue atribuida al nuevo estilo rítmico de seducir, hecho que marcó su forma a la hora de copular con amor o sin él.
Luego de los zapatos venían los calcetines, los que arrojaba lo más lejos posible para disimular el repugnante olor que traía sobretodo después de una extensa caminata en el ejercicio de su trabajo como visitador médico en los meses de verano. Para ello repasaba planta y empeine en la alfombra como parte de la coreografía, luego bajaba sus pantalones los que frotaba cerca de su uña para, finalmente, desnudarse por completo y hacer sonar cual látigo sus partes íntimas.
Ese día nuevamente se encontraba solo. Venía llegando de una cita a ciegas que terminó abruptamente cuando su acompañante le trató de enfermo una vez terminado un monólogo de sus atribuciones sexuales y expresión corporal. Eran las 22:00 horas cuando llegó a casa. Estaba caliente y no quería desperdiciar su talento y ansias de baile. Puso música. Bebió una copa de vino blanco y se masturbó como siempre.