martes, enero 02, 2007

EL RETROVISOR DE MATIAS



Matías sabe que algo anda mal. Siente que una inmensa melancolía le está oprimiendo el pecho. Su corazón estrangulado envía estertores a su mente que ya a esa altura parece entrar fácilmente al coma. Matías se encuentra sentado frente su ventana con la mirada perdida y en completo silencio. Su radio emite chirridos de los cuales logra descifrar a Zack de la Rocha en un agudo y desquiciado grito.

Fue una buena época, pensaba mientras con el dedo índice enredaba aun más un dreadlock de su cabellera que ya no tenía. Esos años fueron de desenfreno y decisiones importantes, porque –aunque muchos no lo creyeran- a veces podía llevar una vida paralela de jolgorio y plena responsabilidad.

En la nostalgia lleva un cigarro de marihuana a su boca, lo prende e inhala hasta inundar sus pleuras de verdes sensaciones impregnadas de tetrahidrocannabinol. Aguantando la nube alusinógena, vuelve a aquella juventud rebelde, universitaria y de barrio. Regresa al inolvidable tiempo bueno junto a sus amigos. A los vasos chocando en la celebración, al sexo de amor libre y desprejuiciado. A las risotadas imparables, a los besos compartidos y al recuerdo de una resaca sin importancia gracias a un hígado inmaculado.

Siente taquicardia y confunde la música con una banda militar marchando a lo lejos. Ya no es como antes, piensa y murmura mientras tose estrepitosamente. Piensa en la importancia del disco duro virgen en la mente de cada uno. Ese que va llenándose de mierda o buena onda según la vida que nos ha tocado llevar o el punto de vista con que vemos la tragedia o la dicha. La tragedia de una familia bien constituida o la dicha de una mala vida que nos hace fortalecer el carácter preexistente.

La melancolía tenía que ver con esa etapa de su vida, pero más por los sucesos fortuitos y las decisiones que marcaron este disco duro suyo que ahora le patinaba. Ese maldito disco imborrable. El hecho de haber trabajado mientras estudiaba e intentaba ser un joven rebelde. De haberse ido del nido materno muy joven en busca de una mayor libertad que jamás encontró.

Todos los procesos, todos los cambios en la vida son muertes, unas más o menos dolorosas y traumáticas, pero acabo de vida al fin y al cabo. Imaginaba cada etapa celebrando un funeral; de la niñez a la adolescencia; de ésta a la mediana adultez y hasta -por fin- dejar la carne para correr donde nadie sabe y se supone.

Para algunas muertes no estamos preparados, pensaba Matías exhalando una perfumada bocanada que subía en una calma danza hasta desvanecerse. Hacía la analogía entre las muertes por ancianidad, enfermedades catastróficas y accidentales. Todas tienen su particular forma de marcar nuestras vidas y las de los cercanos, unas nos calman el espíritu mientras que otras nos obstruirán nuestro futuro por el resto de la vida. Asimismo funcionan las muertes imaginarias de Matías en la medida que el ser humano va creciendo. Pero también todo depende.

Una ventana golpea su marco a causa de una impulsiva ráfaga de viento inconstante. Suena el teléfono. Sabe quien es. No contesta. El calor sofoca el mediodía de un martes de enero. Mañana tendrá una entrevista de trabajo. No pretende ir.