lunes, mayo 29, 2006

EL CAPITAL



Y llegó la bestia con cara de Dios,
destrozando vidas y pisoteando colores 1
con aspecto de niño angelical tomó posesión maldita,
se armó de cuerpo y ejercito para matarnos como ratas adormecidas.2

Sedujo ofreciendo oro, ropa y especias.

Y vio el hombre nuevo que era bueno y cerró los ojos .3
Cayendo pecaminosamente en la orgía,
dio vuelta la espalda para ser violado en la exquisita anestesia del poder.4

Bebieron de su vino y compartieron de su pan para perseguir a los renegados.5
Para cazar a los últimos hambrientos y sedientos de verdad y justicia.6
Para encarcelarnos en el olvido y hacernos luchar en el circo de la complacencia.7

lunes, mayo 22, 2006

PERMISO



Siempre y cuando me lo permitan,
saciaré mis nauseas en un vómito pleno de libertad.

Siempre y cuando me lo permitan,
lavaré mi alma con ácidos
y dejaré mi cuerpo suspendido en un charco de sangre.

Siempre y cuando me lo permitan,
viajaré por los cielos subterráneos
y volaré entre peces coloridos.

Siempre y cuando me lo permitan,
descansaré corriendo por entre los matorrales.

martes, mayo 09, 2006

EL CUMPLEAÑOS DE MAX


Martín tenía 3 años. Por siempre observador ausente. Ya con esos años, notaba que sus amigos pasaban por sobre sus intenciones. Tres pasos camino al juguete preferido y ya lo tenía su primo mayor para disfrutarlo en soledad, lo mismo sucedía con los chocolates de tía Antonieta, sus hijos llegaban primero para saborearlos con rabia y hablarle de cerca, como evidenciando la derrota en un hálito burlesco e irreverente.

No pudo explicar porqué siempre sucedía lo mismo sino hasta que tuvo 30. Definitivamente quienes tuvieron una crianza más vivaz ganaban los espacios y pateaban el balón que quedaba botando. Se trata de un permanente entrenamiento a los hijos en el oportunismo. De aquella enseñanza que marca el camino por la vida entre perdedores y ganadores, nada mal en estos tiempos.

Sucedió un día domingo por la tarde. Martín llegó junto a sus padres al cumpleaños de Maximiliano, un niño diferente que por cosas del destino fue privado de un rostro armónico y visión. A Martín le daba un poco de extrañeza no lograr comunicarse bien con su amigo Max, pero a fin de cuentas era un niño igual que él y lograba arreglárselas para hablarle.

Su casa estaba adornada para la ocasión y un gran número de niños invadían cada rincón. Después de saludar, Martín esperaba sentado junto a un añoso árbol de aromas tenues, disfrutando ese habitual sueño despierto que solía tener y que le llevaba siempre lejos de esta tierra. El sol proyectaba anaranjadas tonalidades por el patio y el viento daba un infantil vaivén a las hojas secas del otoño que recién comenzaba. Todos repartidos jugaban y cantaban estrofas entrecortadas aprendidas con esa tía vestida de verde que aplaudía rabiosa y les llamaba a cada uno por su nombre.

Después de cantar, repartir el pastel y las sorpresas, la tía de verde llamó a los chicos a la piñata. Se trataba de una vaca con flecos colgada en el patio, la que fue abierta tras reiterados golpes que Max le propinó. Martín sintió pena por la decapitación de la vaca, justamente ese era el instante donde perdía. Esos escasos segundos de reflexión le alejaban de la competencia brutal por los dulces o por el juguete más novedoso.

Sin embargo esta vez no sucedió. Tuvo el tiempo para ir y volver del más allá, razonar brevemente y lanzarse como lobo hambriento tras la lluvia de caramelos que rebotaba en el piso. Su cuerpo se deslizó por la baldosa acaparando la gran mayoría de ellos. Por fin se había acabado la segunda opción. Esta vez era el ganador y no cedería un centímetro su triunfo personal. Con sus ojos brillantes, estaba orgulloso de sí mismo, gritaba de alegría mientras saltaba ante la mirada atónita de los presentes.

Algo no andaba bien. Eduardo, su padre, le miraba con pena y vergüenza. Se le acercó en medio del silencio y le habló al oído. Nunca más recordó el suceso hasta que en su cumpleaños número 31, su padre le recordó el episodio y le contó como tuvo que explicarle y convencerlo para que devolviera las golosinas a los niños invidentes. No entendía, su triunfo se desvanecía. Yolanda, la madre de Max, se molestó de sobremanera, Eduardo le defendió. Martín tuvo que irse a casa.